lunes, 5 de diciembre de 2011

Solo para locos.

Más hondamente que todo lo demás me preocupaba aquella visión o alucinación de la pared de la iglesia, el prometedor anuncio de aquella danzante escritura de luces, que coincidía con alusiones del tratado. Mucho se me había prometido allí, poderosamente habían aguijoneado mi curiosidad los ecos de aquel mundo extraño; con frecuencia medité horas enteras profundamente sobre esto. Y cada vez con mayor claridad me hablaba el aviso de aquellas inscripciones: «¡No para cualquiera!» y «¡Sólo para locos!»
Loco, pues, tenía yo que estar y muy alejado de «cualquiera» si aquellas voces habían de llegar hasta mí y hablarme aquellos mundos. Dios mío, ¿no estaba yo hacía ya muchísimo tiempo bastante alejado de la vida de todos los hombres, de la existencia y del pensamiento de las personas normales, no estaba yo hacía muchísimo tiempo bastante apartado y loco? Y, sin embargo, en lo más íntimo de mi ser comprendía perfectamente la llamada, la invitación a estar loco, a arrojar lejos de mí la razón, el obstáculo, el sentido burgués, a entregarme al mundo hondamente agitado y sin leyes del espíritu y de la fantasía.

Fragmento de El lobo estepario.

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